Fotos Noche por Noche

PRIMERA LUNA

Estremecida, la primera luna saludó a la fecundidad del ayer

Una antigua bendición grabada del cura Monguillot y un video especial para esta edición de Juan Carlos Saravia, recientemente fallecido, entre otras pinceladas emocionantes, alumbraron un conmovido comienzo del Festival.

El ayer es la tierra existencial sobre la que estamos parados, todos y cada uno. Hablamos de ese ayer construido, vivido y, finalmente, contado por la gente para ser vuelto a vivir en una construcción constante, sin pausas.

Fue una voz desde la lejanía de un puñado de décadas la que vino a quebrar la impaciencia de la Plaza ya en penumbras, exactamente a la hora 10 de la primera de las noches. Era la del cura Héctor Monguillot, que desde una vieja grabación proclamaba su bendición caudalosa y apasionada ante el pedido de una niña que, acaso, pudiera haber sido la infancia misma del Festival,

“¡Canta y baila en nombre del Señor!”, le decía en imperativo de esperanza como si esa niña pudiera ser, a la vez, el mismo pueblo argentino.

El cura, hace tiempo fallecido, fue uno de los principales abanderados del entusiasmo original. Los soñadores convencidos y empecinados hacen posible los sueños colectivos, sí, pero son finalmente las multitudes las que con esa chispa encienden su propio fuego.

A continuación, la pantalla trajo la voz y la imagen de Juan Carlos Saravia fresquitas, con palabras dichas y registradas apenas unas semanas antes de su muerte para saludar a las 60 ediciones de Cosquín y a su público.

Saravia y Los queridos Chalchaleros, aquellos que le pusieron su inconfundible firma salteña a la zamba, el mítico conjunto que sonaba en los regocijos de mediodías de sol en tantos patios argentinos, acudía con su rastro firme a otra luna festivalera, años después…

Saravia recordó que en esa reunión inicial los artistas actuaron gratis: la ilusión de tener un festival que apuntalara al folklore los implicaba a todos.

El público de Cosquín parece a veces como una entidad sin tiempo, pero se alimenta de las generaciones que van sucediendo. El primer aplauso sorprendido frente a la presencia de una ausencia tan nueva, se derramó después en palmas emocionadas al cabo de la calidez del relato de Saravia y de las voces de Los Chalchas: es decir, las viejas vibraciones siguen habitando la Plaza entre tantas caras y energías florecidas décadas después.

Fue a las 22.14 que Claudio “Pipulo” Juárez, el maestro de la ceremonia, soltó la arenga a lo ancho de su voz.

“¡Aquí Cosquín…!” es uno de esos gritos argentinos que ponen los sentidos en alerta de plenitud, y lanzado en la Plaza, sobre todo en la primera de las lunas señaladas, sacude la conciencia del presente.

Las sensaciones suelen guardarse en el recuerdo a modo de crónicas; por eso, cuando el grito las proclama otra vez vivas y en acción, recuperan la intensidad que confirma la razón de la memoria. Y con los sentimientos al desnudo, la penumbra de la Plaza suele ser un buen amparo para la humedad de tantos ojos conmovidos.

De inmediato, también desde el cofre del ayer marcado, se proyectó la imagen de Julio Mahárbiz y su timbre que identificaron al grito durante cuatro décadas.

Así, estremecido, Cosquín empezó a ponerse la piel de una edición marcada por el hito 60 de un sueño conquistado. Impactante y conmovedor comienzo ante una Plaza colmada.

El Ballet Camín le pondría luego al Himno a Cosquín una coreografía que vino a desplegar aquella inspiración fundadora: el muro, las sillas de madera, la versión clásica de aquellos conjuntos de con voces, guitarras y bombo, y la gente, la sencilla gente que fue testigo y a la vez protagonista de la creatura.

Entre los participantes de la puesta había un gran grupo de bailarines que, en ese mismo escenario, habían bailado el mismo Himno en distintas épocas.

Lo dicho, entonces: el ayer que nos sostiene ha sido hecho por la gente, y eso lo que este capítulo especial del Festival salió a abrazar.

Texto: Alejandro Mareco
Fotos: Emiliano D´Ambrosio – Magdalena Audap Soubie

SEGUNDA LUNA

Entre Vitale, Baglietto y Pennisi, los hacedores del Festival

El escenario recibió a una parte de los integrantes de las comisiones anteriores: el ayer reconocido por el presente. El santafesino Orlando Veracruz se llevó un premio Camín a la trayectoria.

Después de una apertura en la que la manera de hacer la música folklórica de Lito Vitale y Juan Carlos Baglietto despertó los favores del público, y antes de uno de esos momentos prístinos como el que es capaz de crear Nahuel Pennisi, una legión de coscoínos invadió inesperadamente el escenario de la segunda luna del festival de las 60 ediciones.

Muchos de ellos llevaban consigo los trazos de muchos años vividos: claro, se trataba de quienes fueron miembros (o sus familiares, en su nombre) de las comisiones de folklore que llevaron adelante los primeros años del Festival. Los acompañaba Gabriel Musso, no tanto en su condición de intendente sino de un par de este tiempo, como presidente de la actual Comisión.

El reconocimiento fue un gesto que, enseguida, en la Plaza se sintió como una revelación: el presente le tributaba gratitud al ayer que lo hizo posible.

Ese es el espíritu que viene jalonando esta edición: mientras se vive la intensidad de la relación entre los artistas en el escenario y la gente en las plateas y tribunas, no se pierde de vista la conciencia de la proeza de haber atravesado seis décadas y sostener la vitalidad. Eso se traduce en uno y otro episodio que subrayan el lado emocional de la memoria.

En este caso, era algo más que el asombro por la capacidad de fecundar que tuvo aquel arrojo original de los primeros soñadores, sino que la convocatoria a antiguos miembros de las comisiones explica la gran trama humana que trajo al festival hasta estos días.

El domingo pasó por el escenario una parte de los exmiembros que serán reconocidos a lo largos de estos días, fragmentados según la pertenencia a comisiones de distintas décadas.

La otra parte de esa revelación que se sintió en la Plaza frente a la pequeña multitud de hacedores en el escenario dice: es la comunidad de Cosquín, en su propia trama de generaciones, la que sostuvo en alto el desafío a través de este largo recorrido.

El hecho de verlos ahí juntos en el escenario, e imaginando en cada uno maneras de concebir la ciudad y el rumbo de la fiesta folklórica, en los distintos momentos históricos y circunstancias del camino, dejó en evidencia que el Festival ha sido y es un punto de encuentro superior de la ciudad.

En ese sentido y considerando lo fructífero de la tarea, la comunidad coscoína no sólo pueden mirarse a sus propios ojos, sino también a los del resto de los argentinos.

Es que, a su vez, el país no ha dejado de mirar a Cosquín en todos estos años, asumiendo que lo que aquí sucede es un verdadero asunto nacional.

Camín para Orlando Veracruz

El santafesino Orlando Veracruz, un hombre empapado del río y de su música que tantas creaciones con sello regional le ha inspirado, regresó a Cosquín a los 75 años, y pudo contar al menos dos recompensas suculentas.

Por un lado, el afecto del público con el que incluso logró estrecharse en el momento que descendió del escenario a la platea y todo fue calor y alborozo.

Por otro, recibió el Premio Camín con el que la Comisión vino a reconocer y a celebrar su trayectoria, como una manera de reconocer a los artistas hacedores de esta larga historia.

El sábado, en tanto, y en plena actuación del Chaqueño Palavecino, el mismo reconocimiento fue para Marina y Hugo Jiménez, la pareja de bailarines que fundara en 1970, hace medio siglo, del ballet Salta. Fueron invitados a bailar por el cantor del Chaco salteño, y terminaron llevándose la prestigiosa estatuilla que lleva la figura de Camín, el indio protagonista de la gran leyenda coscoína.

La del domingo fue la primera noche en la que la lluvia se llegó hasta la Plaza, que registró menos público que el sábado. Fue casi apenas un puñado de gotas suspiradas y un poco de viento fugaz, pero el humor del cielo había estado con gesto grave durante todo el día.